para mentes pasivas y reptiles

Thursday, March 16, 2006

Producto de trueno, arena y plata

No me había enfrentado a un espejo así. Siempre afectaba la luz, el ángulo, el cristal. Ahora no. Estaba yo, tal y como soy. ¿Puedo acaso odiar o amar ese reflejo? El espejo es frío pero mis manos no corrompen su pulcritud. Toco mis manos en el reflejo perfecto. Era de tamaño infinito. "Era" porque ya no lo encuentro. Junté mis manos alrededor de mis ojos, buscando que fuera trasluciente y encontrara a alguien allí detrás. Sin embargo mi mediocre fé no logró más que toparse con mis propios ojos, que me veían firmemente. Maldije. Y en ese instante desapareció todo el cuarto. Quedaba solo el espejo. No entendía porqué pero cuando empecé a dejarme seducir por la locura me vi inmerso en el odio contra mí. La rabia hizo que me mordiera los cachetes mientras la tensión contrajo mis mandíbulas. Mis puños, hartos de explorar, se eclipsaron. Y justo cuando iba a golpear mi imágen, ese idiota me sonrió. Tomé aire como si fuera el último respiro. Aun con el puño en el aire, detuve mi acción. ¿Acaso no me odiaba lo suficiente por sus anhelos, por esos momentos que despreció a la gente, a esas tres, o cino mujeres que habían llegado en la vida? Sin embargo, con eso y todo el resto de lo malo que soy para amar, todavía ese hombre me pudo sonreir. Y ahora fui yo. Mi puño se abrió y volví a poner mi mano en el espejo, y él me correspondió, pero seguía temiendo la traición; de la nada su sonrisa se cortó y con la otra mano rompió el espejo... me mató; me maté. Desperté a los pocos segundos dándome cuenta del sueño. Pero al levantarme, me corté el pié con un pedazo de vidrio del espejo roto en mi baño y mis nudillos sangrantes dolieron y no sabía si había liberado mi odio o era solo el principio de la demencia absoluta.